Cuando
Isadora Ducán transformó y criticó a la
danza clásica a principio del siglo XX, pensó en otro lenguaje corporal,
recapitulo el espíritu de transmitir emociones, marcó pauta para la creación
de coreografías mundanas, es aquí cuando señala que los cuerpos de bailarines
clásicos estaban evadiendo la realidad social, y a esa realidad se les daban toques “fantasiosos” que se oponían a las condiciones
y acontecimientos de la tierra; Isadora comprendió que la danza podía ser
natural, reflexiva y desnudar el alma e ir más allá del mundo “clásico” convencional; literal decidió abandonar las “puntas” y bailar descalza. Pies
que se echaran al ruedo terrenal y les dio la oportunidad bailarinas-es de
soltar y dejar de ceñirse a la deformación de las puntas. Esta bella imagen de
sentir la tierra y latir con ella fue una gran revolución en de lo que se
conocía de la danza a finales del XIX y principios del siglo XX.
Hizo inmediatamente un llamado de atención de lo que se estaba reproduciendo en el arte efímero y a la vez inmortal que es la danza.
Ella era el ejemplo, al bailar con túnicas transparentes estilo griego, soltar
sus cabellos y estar descalza en escenarios singulares, que mostraban que la
danza podía romper con la cuadratura y lo contranatural que era lo clásico.
La danza contemporánea vería en esta bailarina y coreógrafa emociones que no se
habían considerado como tema en la escena dancística, a la incursión de cuerpos
distintos, menos espigados y más “reales”. Pese a ese proceso de comprender el
movimiento y la transmisión del mismo a principios del siglo XX, hoy parece que
bailarinas-nes y coreógrafos contemporáneos han perdido esta esencia, de mostrar la diversidad de la humanidad, y han caminado una vez más a lo cuadrado
y peor aún a ceñirse a la estética del cuerpo, a la elección de dos piernas y
brazos perfectos, olvidando que la expresión no nace de lo físico sino de lo
emocional.
Pareciera tabú para coreógrafos incluir a los
cuerpos distintos, incluir a discapacitados o cuerpos gruesos a escena, se
apela que la luz o el teatro los engorda y eso le quita “belleza”; ¿pero qué es
la belleza? Cuando una coreografía es emotiva e inteligente, y el bailarín
ejecuta y transmite vida –esto es la danza contemporánea-, aquí no
importa si no tiene piernas o le falta brazos, aquí importa esta trinidad:
coreografía, técnica y transmisión de vida. Cuando en América Latina se deje de
creer que los músculos y la delgadez es bailar, tendremos menos bailarinas y
bailarines obsesionados con su peso, estrazados con la imagen, haciendo barbaridades
y atentado contra la salud en pro de la perfección física; deben repensar que lo físico es una acción de la disciplina y del trabajo de la técnica que va hacia la expresión con el movimiento, hacia la originalidad y la esencia de la danza contemporánea.
Si se trabaja desde aquello distinto, de eso que no
comprendo pero siento y quiero explicar desde lo que hay en mi, el cuerpo sería
eso sólo un cuerpo, el objeto que toma vida cuando ejecuta y habla en movimientos, y la técnica y
la estética será consecuencia de una introspección de lo que es transmitir, de
lo que es tomar conciencia de moverse con sentido y con “objetivo” de la virtuosa
“técnica”, la estética sería pues el reflejo de ese trabajo emocional y por
consecuencia físico, pero jamás debería ser físico y luego emocional.
Perder la esencia de la danza contemporánea, es
desconocer los procesos históricos que lograron desatar las emociones y al
cuerpo de aquello clásico que para los Latinos no era posible por nuestra
complexión, pese a este “movimiento” de muchos bailarines en la primera década del siglo XX, coreógrafos y bailarines poco saben de historia de la
danza y mucho de gimnasios y dietas que matan de hambre.