martes, octubre 20, 2009

obra de Salvador Dalí

Así murió el que vivía en la colonia Italia.
Rumbo a su casa todo parecía tranquilo sus pasos iban con lentitud recordando partituras y melodías que no había podido enseñar esa mañana.
En el hombro izquierdo sostenía el chelo el peso del instrumento se iba columpiando en cada paso y aterrizaba en su muslo de manera suave, así ando 15 minutos sintiendo, pensando.
Serían las 5 o las 6 de la tarde cuando de manera súbita retumbó en la banqueta… la mente se le hizo bola, el ardor en las costillas era intenso, las cosas se desparramaron a la entrada de la casa, sintió que el tiempo se revolvía con gran velocidad.
A él llegaron cientos de imágenes lentas sin poderlas enganchar.
La cartera y el violonchelo no estaban,
los adolescentes con arma en mano se echaron a correr,
el chelo rebotó en la siguiente esquina,
la policía denunciaba que un joven adulto de 37 años, de cabello ondulado, de piel apiñonada, de complexión mediana, de 1.80 cm yacía inerte en la entrada de su apartamento.
Él, que simplemente era un maestro apasionado de la música contemporánea, no tenía más que la cartera con 700 pesos y el celular que lo tenía empuñado en su mano derecha, así permaneció una hora exhibido a los ojos de todos, atrapado en las uñas de la muerte, perdido en la sangre, sucumbió hasta la última llamada que no realizó.
Hugo no salió en las noticias,
a nadie se atrapó por su muerte,
a nadie le importó que fuera un hombre productivo, dedicado a servir a la sociedad. Ni un funcionario, ni un empresario se indignó porque acabó su vida de manera trágica e incongruente.
Quizá en este país se necesita ser “influyente” empresario para que las autoridades hagan justicia, uno tiene que apellidarse MARTÍ para que un cuerpo entero de policías se organice y atrapen a los asesinos… uno tiene que ser hijo, hermano, madre o padre de algún político para que no quede impune un asesinato… pobre del pueblo, pobre de todos porque nuestros apellidos no figuran para la justicia nacional.