lunes, abril 10, 2006

Hacienda de los Lirios

Esa mañana doña Fernanda había dado a luz cerca de la cueva donde nace el arroyo de la hacienda de los Lirios, Patricio su marido la encontró pariendo entre rocas cubiertas de hojas y lama; el cauce chocaba con los peñascos provocando un murmullo casi etéreo que se fusionó con el grito de doña Fernanda, a criatura le brotó entre las piernas, mezclado de vino y sangre Patricio vio llegar a su progenitor...

Entre asustado y alegre lo tomó en sus manos; al intento de un beso la criatura se deslizó a la rambla del arroyo e inmediatamente lo empezó a rastras cuesta abajo, Fernanda ensangrentada se sostuvo de las ramas y apretando el cordón umbilical que le colgaba aún del vientre, le gritaba a Patricio que lo alcanzara, con la desesperación de la muerte que nunca jamás había sentido se desmayó en la hierba.

Los días pasaron y Harnando yacía en su cuna de caoba y sábanas blancas de algodón, todo parecía normal, los médicos dijeron que el niño no tenía ningún golpe en su cuerpecito de espuma y carne. Patricio pasaba las tardes sentado al portal en su butaca de piel de vaca, arrullaba a su salvación contándole historias casi irreales, el dueño de esa hacienda trigalera, era tan feliz como en aquel día que Fernanda le dio el sí y entraron vestidos de blanco a la iglesia vieja del Pueblo.

Fernanda no podía ocultar la felicidad, cuando veía a su esposo dormir, le besaba las mejillas y la frente, a su lado sentía la seguridad de su alma, pero lo que más le agradecía aquel hombre trigueño de ojos grandes era el hijo que le había dado dos veces, ese hombre sereno era él salvador de su sangre. Sin embargo, cuando tenía en sus brazos al pequeño Harnando, no dejaba de sentir culpa por aquella mañana en que nació a las orillas del arroyo tierno, sólo se tranquilizaba al ver los suspiros y gestos de la criatura, la enternecía ese olor que su bello pedacito desprendía.

Harnando se convertía muy rápido en un adolescente, definía cada vez más su carácter templado y fuerte, lleno de mimos y rudeza Patricio le enseñaba las cosas de la hacienda, los deberes que tenía que cumplir por ser el mayor. Harnando cuidaba a su hermana todo el tiempo, tenía paciencia a sus desplantes de niña mimada. La niña Hanele fue atendida por la partera del pueblo en la recamara del matrimonio León Evia. Doña Elsa, una anciana muy lucida a quién le habían intentado quemar en el pueblo de San Diego porque se rumoró que era una bruja, pero la comisaría de la Santa Trinidad la rescató, pues en el pueblo es muy querida, se dice que de cada 5 hijos por familia doña Elsa 3 a traído al mundo. Esa tarde de otoño la hacienda se llenó de pujidos hasta que brotó en llanto una bella nena.

Al parecer aquella tragedia de Harnando en el arroyo tierno dio resultado a la edad de 17 años, el chico perdía la noción del tiempo y el espacio por días, al recuperar la memoria no tenía recuerdos de nada, pasaba esos días en el limbo, Hanele lo cuidaba por las tardes al retornar de la escuela, para ella se le había hecho parte de su vida, ya hacía de eso 2 años que Harnando navegaba en otros mundos, 2 años de búsquedas de su olvido, los doctores sólo decían que era un desorden cerebral por los golpes que llevó en el trayecto del arroyo, que se hizo tangible con su desarrollo...

Harnando no pudo asistir a la universidad, ya tenía 22 años y seguía encerrado en la hacienda olvidando cada vez más cosas, era tan largo el tiempo de perdida que le resultaba confuso retomar el hilo de su vida. Aquellos ataques de olvido se volvieron meses. Hanele llegaba en vacaciones de verano e invierno, en esos días lo llevaba al arroyo, a las siembras, a los espacios donde solían cabalgar cuando eran niños. Las platicas eran sobre ese mundo que nadie entendía. Cuando Harnando recaía se inventaba otro nombre para ser que surgía del olvido.

Diosmi en nada se parecía a Harnando, Diosmi le contaba a Hanele de donde venía; y aún no entendía cómo es que vivía en ese pueblo; juntos pasaban las horas colgados de las ramas de los árboles chapoteando el agua, sintiendo el invierno.

Fernanda y Patricio poco a poco se hacían a la idea que Harnando un día no volvería más. La casa y las cosas se las apoderaba Diosmi, un hijo que no era suyo, que únicamente estaba hospedado en la hacienda, el corazón de Patricio se hacía añicos, y no podía evitar en traer a su mente esa mañana en que su hijo se alejaba de él entre las aguas del arroyo tierno. Una tarde de Invierno se encontraba en el portal, sentado en su butaca añeja tomaba un café que degustaba con un puro cubano. Fernanda lo miraba desde el ventanal, su lugar favorito para tejer o releer cualquier libro de poesías, aquella tarde resplandecía inigualable, un ocaso que estremeció a Fernanda; el sol se embutía entre las montañas disparando rayos que bañaban de dorado las paredes blancas de la casa, impetuosamente –ella- miró hacía el portal y Patricio había soltado el puro...

Esa noche Patricio en su caja plateada tenía a un costado a Fernanda llorándole eternamente; había partido su Señor, el amor que la hacía vivir y vibrar, la dejó sola. En esos días Harnando andaba perdido, y Diosmi era indiferente a esa muerte... Al paso de 3 meses regresó Harnando y Hanele le dio la noticia, su hermano no podía comprender; se sentó en la butaca de su padre desde el medio día hasta el termino de los rayos solares, sus ojos hinchados despidieron a su salvador.


Una mañana en la rivera del cause tierno Hanele se bañaba, al ritmo de canciones a medio cantar, Diosmi se apareció entre los arbustos y se sentó a dibujar las siluetas de aquella mujer de 23 años. Por la tarde platicaban en el jardín de los ciparisos y buganvillas, repentinamente Diosmi le dijo a Hanele que le tenía una sorpresa, sacó entre su chaqueta una hoja, había líneas negras que dibujaban la desnudez de una piel blanca, ella se quedó sorprendida, ni tiempo tuvo para alejarlo de su boca. Diosmi la tomó entre sus brazos, la besaba intensamente, ella sólo apretó sus ojos y se rompió en llanto.

A media noche él se deslizó por los pasillos de la casa, en la oscuridad tropezó con un par de cosas, logró llegar ileso hasta la habitación de Hanele, tocó repetida veces la puerta. Ella lo escuchaba, pero sentía tanto miedo, que en cada llamado se envolvía aún más en las sábanas, por fin dejó de resistirse y abrió la puerta, entonces él se desplomó en el umbral de su recamara.

Harnando estaba de vuelta, por aquellas semanas se encargó de la hacienda, y tomó la decisión de no volver a ingerir los medicamentos, de nada servía si cada día y noche perdía su identidad, su vida, Fernanda le suplicó que no lo hiciera, pero nada lo hizo cambiar de idea, las cosas que sentía no las dejaría de sentir si tomaba a cada 4 horas sus pastillas rosas y azules, deseó por tanto tiempo la muerte, esa muerte que lo había llevado a su mundo por un par de minutos cuando fue un bebé.

Hanele volvió a la universidad, echó un par de cosas a la maleta, y en el bolso de mano empacó unas pinturas de labio, y la carta que llevaba en la mano Diosmi la soltó aquélla noche del desmayo. Se despidió de su madre y Harnando, subió a la carreta que la llevaría a la estación del tren cerca de la hacienda el Rosario, ya rumbo a la capital, no paraba de releer las letras hechas por Diosmi, era increíble él en nada se parecía a la Harnando ni en la forma de escribir y decir las cosas. Se fue hechizando de la carta que decía:

Mi querida Hanele:

Aquella mañana de octubre cuando llegué a la hacienda de los Lirios fue un día mágico; hacia tanto tiempo que andaba buscando quién sabe qué... ¡ni yo mismo sabía qué!, quizá eso de buscar era ociosidad de mi espíritu o quizá estaba vacío o lleno de todo y nada, sin embargo, no había respuesta a mi búsqueda, por qué simplemente no sabía qué preguntarme, pero al verte sentada en el corredor de aquel solsticio de primavera, jugando con el viento, supe que todas las preguntas y respuestas las tenía enfrente de mi, entonces deje de buscar, y sólo me dedique a encontrarte en todos mis pensamientos, tus hermosos ojos serranos, me dijeron que el amor es la única cosas eterna, y tú mi Hanele eres mi eternidad porque eres mi encuentro y mis respuesta, porque TE AMO...

Tuyo por siempre Diosmi

p.d Querida mía discúlpame por el beso que te di esta tarde. Comprende que te amo y que deseo estar muy cerca de ti.

Las cosas parecían ir bien en la hacienda, a pesar de que Harnando enfermaba cada vez más, y Fernanda moría cada día de tristeza por la ausencia de Patricio y la perdida constante de su hijo. Hanele se volvía independiente, poco le faltaba para recibirse de Filosofía; Diosmi le seguía escribiendo, y la esperaba con tanta ansia como aquel beso de ocaso. Unos meses antes de recibirse por fin accedió ir a la hacienda por petición de su madre; fue allí donde su mundo empezó a desplomarse.

Entró por la cocina. Diosmi estaba platicando con Hilda la cocinera de la casa, conversaban de los panes de nuez y almendras que solía hacer para el desayuno o para la merienda; Hanele pasa la enrome puerta de cedro y pino, sus ojos se desorbitaron, el corazón empezó a palpitar tan aceleradamente que creyó que se escuchaba por toda la cálida cocina, Diosmi la estrechó a su pecho y Hanele sentía que ese era el lugar a donde quería llegar. -a él-.

Ese mismo día se reunieron en el jardín, él le agradeció las respuestas a sus cartas, pero le reclamó su ausencia en la hacienda, en verdad Hanele había aceptado el amor de Diosmi; el mundo para ella se transformó en vuelo impío ella era impía al amar su hermano como lo amaba...

Las noches en invierno parecen más largas que lo normal, y así fue esa noche de enero la cita hecha en el arroyo llegó en la habitación de Diosmi; las sábanas estorbaban a los cuerpos que se unían en cada beso, en cada caricia, las velas sólo iluminaban las formas del amor, las ventanas se empañaban en cada suspiro y jadeo de ambos, el encuentro fue sutil que no podía terminar todo allí. Esa noche fue la primera vez de ambos y había sido como si en mucho tiempo hubieran hecho el amor, hubieran estado así...

El valor de la muerte rondó de nuevo en esa casa, Doña Fernanda moría de soledad y depresión en la alcoba; moría junto a las cosas de Patricio, sin poder superar la perdida de su amor, no le importó que Harnando no volviera a la casa, hacía ya un año que vivía con ella Diosmi, quien la quería pero no la amaba como a una madre, dejó que sucedieran las cosas que pasaron. Una mañana se le encontró flotando entre los lirios del arroyo tierno, vestida de blanco, yacía inerte, entregada a la muerte.