Cruzada de piernas en un rincón, le cubrían los blancos tobillos una pequeña silla que nadie ocupaba, su mirada cubierta de rimel retraimiento estaba encimada en unas pequeñas luces seductoras de tonos neón iluminando la pista donde él interpretaba a Eric Clapton con aquella rola Tears In Heaven, su voz ronca y suave, la estremecían, sentía que le cantaba sólo a ella, que le amaba ese músico, mientras se imaginaba un romance absorbía del vaso frío el licor rasposo, su boca perfecta se marcaba en las orillas del cristal, pero ella no se daba cuenta que él se hundía en las penumbras donde escondía el brillo de sus pupilas. Él la buscaba en medio de las sombras.
Unas y tres canciones más, uno que otro aplauso, ella ordenó esa bebida rara y transparente, se levantó con su copa, se sentó a la orilla de la barra, sus pantorrillas se asomaron..., se comía la aceituna, acariciaba sus cabellos negros enroscándose las orillas en sus dedos largos. Sintió las ganas de ir al tocador, fijó su mirada al espejo después de vomitar lo que probó por primera vez; se miraba así misma con aquellos ojos serranos de iris color miel, se secaba el sudor, temblaba del frío que le corría por la espalda, empapó su rostro, sacudió su melena espesa y se acomodo el cabello pasando un pasador que le recogía el cabello y sin lograr atrapar unos hilos oscuros que se deslizaban pos su fina frente se echó las hebras hacía atrás, tomó sus sienes y al reflejo de su rostro se preguntó: ¿ qué hago aquí? Se había atracado con la soledad.
Antes de salir a transitar la noche había escudriñado un par de mudas revoloteando el armario, mientras ponía de cabeza cada gancho de ropa hablaba en sus adentros de lo harta que la tenía la soledad, sollozaba en el rumiar del silencio y el zumbido del encierro la abrumaba esa tarde eterna, siguió buscando entre sus prendas... ¡selección perfecta!: un vestido negro de gran escote por la espalda, sus pechos se ajustaban perfectos, un vestido que cruzaba sus rodillas permitían marcar sus bellas piernas, el cual nunca había usado, pues lo había comprando pensando en aquella velada que no sucedió; moría la tarde en los ventanales de su habitación mientras ella escurría agua tibia en su cuerpo, lavaba con el mismo ritual de siempre su piel lechosa y dura, no paraba de cuestionarse si hacía bien en salir a loquear, mientras la regadera hacía el ruido del impacto con el mosaico después que el agua se deslizaba en su cara, ella sentía miedo, nunca había hecho tal cosa, pero cerrando las doradas llaves se animo y secó su cabello. Se peinó, remarcó una vez más su boca, y a la orilla de la cama ajustó sus zapatillas tomó el bolso, y al salir se dijo para si: que más da una noche fuera de esta casa...
Salió del baño más pálida, se devolvió a la barra, cruzaba lentamente sus piernas mientras él entonaba Tonight´s The Night. La había buscado desesperadamente mientras hizo una pausa, pero ella estaba sujeta al retrete sacando la hiel y las tripas, volvió al escenario, sus mirada recorría como el sonido cada cueva del sitio, al verle en la barra con sus tornos trenzados él rascó inspirado en pasión por ella las cuerdas de su amiga la nostálgica, terminó la última estrofa, al mismo tiempo que dejaba a un lado su guitarra, se imaginó que iba a decirle cuando la mirase de cerca, enseguida un hombre le entretuvo, él miró desesperado hacía donde ella, pero había desaparecido. Fue lo mas rápido le preguntó al barman por una mujer de cabello negro, de espalda espigada, labios rojos, el barman le dijo que ella se acaba de ir, salió corriendo, su corazón le temblaba, sentía un fuego que le prendía la cara y justo vio como el tacón dorado se sumergía en el taxi, se fue la mujer y él no pudo ni gritarle se quedó mudo, sólo se llevo las manos a la cabeza sujetando sus cabellos castaños repleto de humo y polvo olvido, se dio la media vuelta y lentamente se dirigió a la entrada del bar El Pájaro Azul de Ruben Darío, el viento le atravesaba la ropa, el largo cuerpo apiñonado hasta sangrarle el corazón, se aplastó entre las penumbras e inicio la última ronda.
Guardó su madera de sonido en un bonito estuche antiguo, cerraron el bar, caminó hasta su apartamento recordando el instante en que la vio entrar al El Pájaro Azul... con sus tacones de suela dorada que la contoneaban de manera sensual y discreta; abrió la puerta, abrió el estuche, se sujeto a la que llama la nostálgica, y se tiro a la cama; en la almohada ahogó el llanto por la compañera que tiene a su costado, a la cual ya no venera ni ama, hace tiempo lo abruma, le hace la vida miserable, aquella mujer de dermis escuálida y labios encendidos se había ido como había llegado su acompañante de esa madrugada la SOLEDAD.
Unas y tres canciones más, uno que otro aplauso, ella ordenó esa bebida rara y transparente, se levantó con su copa, se sentó a la orilla de la barra, sus pantorrillas se asomaron..., se comía la aceituna, acariciaba sus cabellos negros enroscándose las orillas en sus dedos largos. Sintió las ganas de ir al tocador, fijó su mirada al espejo después de vomitar lo que probó por primera vez; se miraba así misma con aquellos ojos serranos de iris color miel, se secaba el sudor, temblaba del frío que le corría por la espalda, empapó su rostro, sacudió su melena espesa y se acomodo el cabello pasando un pasador que le recogía el cabello y sin lograr atrapar unos hilos oscuros que se deslizaban pos su fina frente se echó las hebras hacía atrás, tomó sus sienes y al reflejo de su rostro se preguntó: ¿ qué hago aquí? Se había atracado con la soledad.
Antes de salir a transitar la noche había escudriñado un par de mudas revoloteando el armario, mientras ponía de cabeza cada gancho de ropa hablaba en sus adentros de lo harta que la tenía la soledad, sollozaba en el rumiar del silencio y el zumbido del encierro la abrumaba esa tarde eterna, siguió buscando entre sus prendas... ¡selección perfecta!: un vestido negro de gran escote por la espalda, sus pechos se ajustaban perfectos, un vestido que cruzaba sus rodillas permitían marcar sus bellas piernas, el cual nunca había usado, pues lo había comprando pensando en aquella velada que no sucedió; moría la tarde en los ventanales de su habitación mientras ella escurría agua tibia en su cuerpo, lavaba con el mismo ritual de siempre su piel lechosa y dura, no paraba de cuestionarse si hacía bien en salir a loquear, mientras la regadera hacía el ruido del impacto con el mosaico después que el agua se deslizaba en su cara, ella sentía miedo, nunca había hecho tal cosa, pero cerrando las doradas llaves se animo y secó su cabello. Se peinó, remarcó una vez más su boca, y a la orilla de la cama ajustó sus zapatillas tomó el bolso, y al salir se dijo para si: que más da una noche fuera de esta casa...
Salió del baño más pálida, se devolvió a la barra, cruzaba lentamente sus piernas mientras él entonaba Tonight´s The Night. La había buscado desesperadamente mientras hizo una pausa, pero ella estaba sujeta al retrete sacando la hiel y las tripas, volvió al escenario, sus mirada recorría como el sonido cada cueva del sitio, al verle en la barra con sus tornos trenzados él rascó inspirado en pasión por ella las cuerdas de su amiga la nostálgica, terminó la última estrofa, al mismo tiempo que dejaba a un lado su guitarra, se imaginó que iba a decirle cuando la mirase de cerca, enseguida un hombre le entretuvo, él miró desesperado hacía donde ella, pero había desaparecido. Fue lo mas rápido le preguntó al barman por una mujer de cabello negro, de espalda espigada, labios rojos, el barman le dijo que ella se acaba de ir, salió corriendo, su corazón le temblaba, sentía un fuego que le prendía la cara y justo vio como el tacón dorado se sumergía en el taxi, se fue la mujer y él no pudo ni gritarle se quedó mudo, sólo se llevo las manos a la cabeza sujetando sus cabellos castaños repleto de humo y polvo olvido, se dio la media vuelta y lentamente se dirigió a la entrada del bar El Pájaro Azul de Ruben Darío, el viento le atravesaba la ropa, el largo cuerpo apiñonado hasta sangrarle el corazón, se aplastó entre las penumbras e inicio la última ronda.
Guardó su madera de sonido en un bonito estuche antiguo, cerraron el bar, caminó hasta su apartamento recordando el instante en que la vio entrar al El Pájaro Azul... con sus tacones de suela dorada que la contoneaban de manera sensual y discreta; abrió la puerta, abrió el estuche, se sujeto a la que llama la nostálgica, y se tiro a la cama; en la almohada ahogó el llanto por la compañera que tiene a su costado, a la cual ya no venera ni ama, hace tiempo lo abruma, le hace la vida miserable, aquella mujer de dermis escuálida y labios encendidos se había ido como había llegado su acompañante de esa madrugada la SOLEDAD.