Esa mañana Alejandro se levantó con una terrible pesadilla, el corazón le saltaba, por un momento creyó que estaba muerto... fue tan real todo, e inmediatamente se dirigió al espejo, palmeo su rostro y enseguida se asomó al ventanal, se dijo en voz alta:
“Veo a mi padre sentado en el almendro con su garabato y machete descansando con su sombrero de paja y en mano sostiene el vaso viejo azul con agua, mi madre junto a él riendo y discutiendo por el jardín…
En la lejanía se proyecta la película de mis hermanas; juegan en el columpio con los pies descalzo, sus ropas vaporosas se sueltan en cada airada de la tabla lía que la hacen de mecedora.
Veo la tierra encendida y enojada por el calor; ¿qué hora es? Válgame, ¿qué día es hoy?”, Alejandro regresa al baño, tropieza con sus zapatos, observa sus ojos en el espejo: qué me ha pasado... regresa al ventanal y se repite una vez más:
“Esta lloviendo, veo a mis hermanas mojándonos, corriendo entre charcos, una detrás de la otra con las telas pegadas al cuerpo, con las risas prendidas como chaquiste en la madera, como ejen en los árboles, ¿quién es esa persona que va tras de ellas?
Alejandro cae desmayado, sus piernas se desvanecen y una nausea llega hasta su boca, como si fuera la sensación de tener un amargo sabor..., el desmayo le dura unos minutos, y al pie de la venta:
Veo ¿a mis hermanas mojándonos? Es un niño que va corriendo de tras de ellas, cruzan la calle, se lo lleva el camión azul, el niño sale volando del impacto...
¡¿Estoy muerto?!